





Habladme, Musas
“Háblame, Musa, de aquel varón ingenioso que anduvo errante largo tiempo …”
Así comienza la Odisea de Homero, con un canto a la Musa, y así emprendemos todos el camino, con la pluma empuñada, cual espada afilada, daga o teclado digital, pero la mirada, la mirada siempre apunta certera hacia el papel, hacia las letras que se van perfilando, como alfabeto cabálico que emerge de la nada, manchas de tinta sobre una tabula rasa.
Habladme Musas, fuerzas cósmicas de la creatividad, abrid mi pecho y despejad mi frente para que me impregnen esas visiones de autora omnipotente que crea texto de la nada, inspiradme, para que pueda transmitir mis pensamientos, o mejor: para que pueda verlos más lúcidos dentro mío, transformados y perfilados una vez emerjan desde las vísceras, extraídos por las certeras manos de las parteras mayéuticas de Sócrates.
Acertijo Existencial – No tengo acento ni lengua “materna”, si en inglés me hablas te diré que soy “nativa”, si en español: “natal”, si en hebreo, me dicen francesa, y al parlar castellano, la “erre” del carro, se la llevó el burro. Soy la nueva judía errante, la palabra es mi espada y el pluralismo mi emblema. ¿Quién soy?
Soy un producto multicultural, multilingüe, interregional.
Carreras tuve una tras otra, tantas, hasta que el terreno del circuito de pista quedó desgastado, baldío, bajo las firmes patadas de mis zapatillas maratónicas.
Competía con y contra varones, mujeres, maestros, curas, monjas y rabinos, contra las religiones monoteístas y los vivos colores de estampas doradas, medio truncadas, de dioses paganos de cabeza elefantina y cuerpo humano.
Me plantaron mis padres en tierras fértiles de otros países, cual semilla desconocida, con un nombre imposible de pronunciar en pagos latinos.
Me transmitieron individualidad, fortaleza y mente crítica, hasta que me convertí en una sui generis, espécimen y muestra de singular índole.
De tanto cuidarme en no dispersarme, de no arraizar en culturas ajenas, respondo hoy a seudónimos mil: el de mi niñez, el de mi país, el de mi pueblo, el de mi cuna, el de mi amado, el de mis hijos guerreros, el de mi madre, que en paz descanse.
La filosofía de la existencia la conocía yo ya desde el vientre materno, la lógica occidental me abrazó con ganas, la intuición de mis antepasados no me dejó nunca.
A veces, en mis sueños vienen a visitarme los masters, seres superiores que juegan al ajedrez con nuestras almas, me revelan sus secretos y se los llevan consigo nada más abrir los ojos por la mañana.
Shana Tová – Alea iacta est
Que llegue el nuevo año, me ilusiona, dijo Esperanza
¿Llegó ya el nuevo año? Ni me di cuenta, comenta Afanosa,
Por favor, ¿Qué me reparan las nuevas fechas? clamó Dolores temerosa,
Y Providencia, mirando a las tres, dijo burlona y embaucadora,
Que venga, que entre ya el nuevo año por la gran puerta,
La suerte está echada,
Alea iacta est
El amor transcurre a veces por un estrecho pasillo entre dos casas vecinas, arrimándose a la puerta de las moradas, inesperado y con inocente candor, uniendo a jóvenes parejas, ante la inmensa alegría y satisfacción de la comunidad entera.
En esos casos de suerte, el camino se despliega cual abanico, abierto y llano ante los afortunados, que no les queda más que entrelazar las manos y recorrerlo, como en las películas de Disney, caminando juntos hacia el crepúsculo.
Se dan también los casos en los que el amor llega no-solicitado, como dicen los ingleses, arriesgando la calma y bienestar de los hogares, cuál ladrón nocturno y des-invitado, revolviendo las brasas de hogueras casi extintas. Sin demasiadas preguntas o rodeos, realiza su hechizo, marchándose después sin esperar a ver las consecuencias. Son esas las veces en las que Cupido, fruto de Venus y Marte, los dioses del amor y la guerra, despacha una flecha errante, sin rumbo ni destino, que se clava en un cuerpo aleatorio, una media naranja que, respondiendo a la nueva llamada, se pone la mochila y abandona a su suerte a la otra media.
Quizás fuera la última flecha que quedó en el cesto de mimbre del diosecito, o no se dio cuenta, o se levantó con el pie izquierdo, pero un dardo único no correspondido bien pudiera equivaler a la pena de muerte, causando un dolor inmenso al enflechado desesperado. Al parecer, difiere Cupido de la imagen del travieso querubín plasmado en los cuadros de Rubens y la mitología griega, acordando más bien con el perfil de un sádico, publicista de crudas telenovelas del reality de la vida, que, sin duda, son más sorprendentes e imprevistas que todo guion imaginario.
Fue uno de esos casos de flechas errantes el que le llevó a un antiguo jefe mío a la locura. Se le clavó de repente, sin señal previsora alguna, enamorándose perdidamente al verme por vez primera en la entrevista de trabajo, a la que acudí como candidata de empleo de márquetin digital, madre de dos infantes que lo único que deseaba era sacar adelante a su pequeña familia, apoyar al esposo que me quería tiernamente y arrimar el hombro para solventar los escollos financieros de la vida matrimonial.
Un sinfín de malas coincidencias, dos o tres malas personas y la burla del tal sádico Cupido le llevó a mi desafortunado pretendiente a despedirse finalmente de la empresa y a emigrar a la antigua isla de presos y exilados, Australia.
Cuando comenzó a molestarme susurrando por teléfono y pidiendo mandarme fotos suyas en bañador me di cuenta de que era de hecho uno de los hombres más atractivos de la empresa, que digo de la empresa, uno de los más atractivos, punto. Jugador de baloncesto de renombre en su pasado, carismático, apuesto e incluso, a no ser por el flechazo, buena persona.
Al ponerse las cosas feas y aumentar el acoso, no tenía él idea de que tras la delicada apariencia de una mujer madura se encontraba, hasta entonces adormecida, Atenea, la mitológica diosa griega de la sabiduría y de la batalla.
En la habitación que habito hay dragones, brujas, laberintos, colores, tempestades, pinturas, paisajes, mares, bosques y animales. Cuando en ella estoy, abro los ojos y contemplo al mundo entero cual capitán de navío, armado de un telescopio y montado en la torre de mira de su barco.
Dicen que “mi casa es mi castillo” y para mí, así es. De hecho, bien pudiera permanecer en mi alcoba las veinte horas del día, digo veinte por no ser demasiado ambiciosa, hoy, por ejemplo, está repleta de pájaros exóticos multicolores y de plantas tropicales; ayer, era un vagón a la deriva, que deambulaba perdido por raíles urbanos subterráneos, sin rumbo ni guía.
Mi espacio personal es mi fortaleza, me transmite corrientes de energía, sin la intimidad que me ofrece, nada sería, más bien una pluma al aire sin tintero donde mojar, una bolsa de plástico llevada en volandas sobre los tejados, una vedette sin público.
El piso de mi cuarto a veces se agrieta, y por las rajas penetran sombras tenebrosas que asemejan mazmorras del medievo, la superficie se quiebra y sucumbe atraída por un tornado inverso, que amenaza con llevarse mis libros todos, los de filosofía, sicología, antropología y demás; a veces se perfila la imagen del monstruo burlón que desea librar de sus ataduras al subconsciente indomado.
El espacio de mi cuarto es por momentos caprichoso e impide la entrada a mis amantes dulzones, las paredes se visten de verde-flema, color de la envidia y el portón ansía cerrarse conmigo dentro, cual damisela desamparada, Ranpunzel inofensiva de trenzas doradas.
Las sábanas de mi cama son multicolores y en ellas estampadas se ven mariposas de lejanos bosques tropicales con colores del arco iris, hoy me acoge mi lecho entre suntuosos textiles egipcios y nubes de fragancia, y mañana, me atrapa como si de una trampa se tratara, presa de Cerbero, la bestia mitológica apostada a la entrada de Hades que impedía se escaparan los inquilinos del infierno.
La habitación que habito es un reflejo de mis días plácidos y de mis noches aciagas.